La inhabitación del Espíritu Santo

"¡Qué fuerza, qué generosidad, qué respeto de sí mismos, qué  vigilancia, y también  qué consuelo y alegría nos ha de inspirar este pensamiento piadoso y constante: el espíritu Santo habita en mi corazón! [...] ¡El Espíritu Santo mora en mi corazón! Yo soy su templo, el templo de la santidad por esencia. Por lo tanto, yo mismo tengo que hacerme santo, porque el primer carácter de la casa de Dios es la santidad. Por eso diré con el Salmista, más con mi conducta que con mis palabras: Señor, he amado la belleza de tu casa y el lugar donde habita tu gloria (Sal 25,8).[...]

Amemos, honoremos, e invoquemos a menudo al Espíritu Santo, y seamos dóciles a sus inspiraciones. Y si un día queremos ocupar el trono de gloria que se nos ha preparado en el Cielo, comencemos glorificando aquí en la tierra, en nuestras almas y en nuestros cuerpos, a la Trinidad de quien somos la morada y el templo".