La Santidad Sacerdotal
La Santidad Sacerdotal
Tras El libro póstumo de Monseñor Lefebvre, La misa de siempre, aquí tenemos su complemento, La santidad sacerdotal. En efecto, si la misa honra a Dios y aplica a las almas los méritos de Jesucristo, no hay misa sin sacerdote. Los dos términos, sacerdote y sacrificio, se refieren el uno al otro. No hay sacerdote sin sacrificio, ni sacrificio sin sacerdote. Pero hay que decir aún más. No basta con que haya sacerdotes, sino que tales sacerdotes ¡tienen que ser santos! Como decía San Pío X, “la santidad nos hace tales como nos quiere nuestra divina vocación, esto es, hombres que estén crucificados para el mundo y para quienes el mundo mismo esté crucificado, como enseña San Pablo (II Corintios, 6, 5 y subsiguientes), que se dirijan exclusivamente hacia las cosas celestiales y que pongan todo su esfuerzo en llevar también a los demás hacia ellas”.
1 Nadie lo entendió mejor que Monseñor Lefebvre, que afirmaba a su vez: “Lo que la Iglesia necesita y lo que el pueblo fiel espera son sacerdotes de Dios, sacerdotes que manifiesten a Dios en toda su persona, en toda su actitud, en todo su modo de ser y en todas sus palabras. Esto es lo que necesita el pueblo fiel.
2(…) ¿Por qué ha tenido la Iglesia tal irradiación? Gracias a la santidad de sus sacerdotes. Ved con qué alegría dice la gente de una parroquia o de un pueblo: ¡Ah, tenemos un santo sacerdote! No les hace falta otra prueba apologética, pues un santo sacerdote manifiesta toda la religión católica; para ellos es el signo de Dios”.